Era el quinto año de reinado de Ajenatón y la gran Nefertiti, Dinastía XVIII, cuando emprendieron el gran viaje desde la capital de Egipto, Tebas, a lo largo de la bajada del Nilo.

A mitad de camino entre Tebas y Menfis fue en Amarna donde observaron cómo lo cordillera insinuaba el signo de jeroglífico del horizonte. El faraón interpretó esa visión como un mensaje divino: «Fue mi dios Alón quien me aconsejó este lugar para que hiciera para él, el horizonte del Sol«.

No dudó en trasladar a Amarna la nueva capital de Egipto, y bautizarla con el nombre de «El Horizonte del Sol» , Akhetatón.

Al desembarcar en Amarna, unas desérticas llanuras nos reciben. Tan sólo una pequeña ruina del templo de Alón rememora la grandeza de la que gozó en torno al año 1340 a.C., y nos hace imaginar lo que los fuertes vendavales del desierto han ido enterrando durante centenares de años. Es esto lo que convierte a Amarna en el terreno arqueológico de mayor información sobre la vida del Antiguo Egipto.

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